No eres Miguel Hernandez y alguien debería decírtelo: Del poeta social al poeta de sociedad (III)

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En las dos primeras entregas del artículo hemos analizado la pretensión de los nuevos poetas de “devolver la poesía a la calle” y hemos señalado cómo, en el fondo, esta consigna responde más a una forma de encontrar un público que a conseguir un arte auténticamente popular. Hemos explicado también la necesidad de una poesía social y, a través del ejemplo de Miguel Hernández, hemos encontrado algunas de las limitaciones que impiden que los jóvenes autores consigan llevar la poesía a los barrios. Sin embargo, al cierre del último artículo, nos planteábamos: ¿Realmente la “nueva poesía” no ha servido para nada? ¿Qué podemos extraer de ella para construir una poesía popular?

Porque no, no todo van a ser críticas para los nuevos poetas. Es obligatorio reconocerles un mérito. Más allá de la buena o mala calidad de sus obras, muchas de las cuales habrán sido injustamente criticadas por no adecuarse a los cánones académicos; más allá del fracaso y falsedad de su pretexto de “devolver la poesía a las calles”, lo cierto es que han sabido encontrar el medio para conseguirlo.

En los últimos años, han conseguido desarrollar la técnica de la “tweetpoesía”, de los videopoemas, de los versos transcritos con urgencia en Facebook. Han conseguido que haya un cierto interés por la poesía, aunque no la hayan dotado de un auténtico carácter popular. Ha nacido así la poética del “Me gusta”.

Sin embargo, tendrán que ser otros poetas (o ellos mismos, solo en el caso de que consigan reconocer sus actuales limitaciones y enfocar por fin el camino) los que lleven estos nuevos medios a las manos populares, los que hagan que la nueva poesía sea realmente una poesía popular y no “popularizada”, es decir, que no venga de unas “élites culturales” que quieren mostrarse cercanas a los jóvenes trabajadores.

Los poetas contemporáneos demuestran constantemente que están siendo incapaces de llevar la poesía “a la calle”, aunque sí han conseguido llevarla a recitales y estanterías de centros comerciales. Pero su gran mérito, su gran avance, su gran aportación al arte popular es otro: han desarrollado la forma en la que poder llevar a cabo la tarea que ellos mismos no pueden cumplir.

Años atrás, y esto es lo que han ignorado los jóvenes autores, los poetas sociales habían conseguido encontrar la forma: habían aprendido a desarrollar versos muy musicales desde la tradición y la actualizaron. Y, por supuesto, habían sabido enfocar bien el contenido: habían atacado de frente la realidad de la cruda España de su época, no habían rehusado incorporar la cotidianidad, la vida de los trabajadores.

Y así, la tarea pendiente es saber construir un arte auténticamente popular gracias a lo descubierto hasta ahora. Es dialéctica pura: la nueva poesía ha construido la “poesía de la calle” bocabajo. Ahora toca el turno a los siguientes poetas, que tendrán que poner esta poesía bocarriba, que tendrán que crear una poética que afronte la vida de las clases populares españolas con los nuevos medios que han sido desarrollados por estos jóvenes autores.

En todo acto comunicativo existe un emisor, un receptor, un mensaje y un medio por el que este último se transmite. Tenemos el mensaje, que es la poesía social. Tenemos el medio, que nos lo han dado los nuevos poetas. Nos queda que concuerden emisor y receptor. Y la única poesía “de la calle” posible es en la que emisor y receptor sea el pueblo trabajador. Así, queda abierto todo un mundo de posibilidades a un grupo de poetas que consiga hacer partícipes a los estudiantes, a los trabajadores, a los barrios. El problema ha trascendido lo literario: es evidente que hoy no se puede “llevar poesía a la calle” sin ser poeta social. Y no se puede ser poeta social sin hablar de esas personas que han levantado cada edificio de nuestros barrios.

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