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Mie24042024

Última actualización09:36:03 AM GMT


Una segunda madre, la maternidad en una sociedad dividida en clases

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Hoy en Tinta Roja reseñamos Una segunda madre, de la brasileña Anna Muylaert, una película que muestra las paradojas que encierra el ser mamá en una sociedad tan polarizada como la actual, donde los ritmos de trabajo impiden pasar tiempo en familia y la crianza de los hijos adquiere un tono característico.

Val es una señora que trabaja como interna en la casa de una familia acomodada de São Paulo. Sus años como sirvienta han hecho que la mujer sea casi de la familia, llegando incluso a entablar una relación de lo más estrecha con el hijo del matrimonio al que sirve, a quien prácticamente ha criado ella como si de su nieto se tratase. Un día, Jéssica, la hija de Val (a quien no ve desde hace más de una década), se presenta en la casa donde ella trabaja, pues necesita alojamiento mientras prepara las pruebas de acceso para la escuela de Arquitectura. La joven supone un elemento absolutamente extraño a las jerárquicas normas de la casa, y su aparición alterará el ecosistema de paz que impera en el hogar burgués, dejando al descubierto las relaciones de clase imperantes.

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Huyendo de cualquier tipo de maniqueísmo, Una segunda madre nos presenta a una mujer de clase obrera que, para poder mantener a su hija, se ve obligada a abandonarla para cuidar al hijo de unos burgueses. La contradicción es tan flagrante que asusta, y sirve a la directora para hacernos reflexionar en torno a lo que supone la maternidad en una sociedad dividida en clases.

De todas formas, aunque la manera en que Anna Muylaert refleja la existencia de clases sociales y su antagonismo sólo puede ser calificada de magistral, hay que dejar claro que no estamos ante una obra que reivindica el "orgullo obrero", precisamente. Es cierto que Jéssica se rebela contra ese statu quo que mantiene a su madre como ciudadana de segunda, pero no porque crea que la sociedad no debe dividirse en clases sociales, sino porque, y esto sería el principal aspecto a reprocharle a la película, se avergüenza de su origen de clase, y le gustaría ser burguesa. A Jéssica le parece terrible que su madre tenga que dormir en un cuartucho mal ventilado habiendo amplios dormitorios vacíos; pero, llegado el momento, considera de lo más normal y cotidiano que esa misma mujer le sirva a ella la comida mientras charla de Arquitectura con el señor de la casa. Así, la película transmite un mensaje falsamente progre según el cual todo ser humano con estudios superiores merece respeto, independientemente de su origen social ("los pobres también tienen derecho a sacarse una carrera"); cuando en realidad lo que debería decirnos es que a los pobres que limpian tu casa, friegan tus platos y cuidan a tus niños hay que respetarlos, tengan o no estudios superiores.

Por lo demás la película es excelente, y Muylaert demuestra tener muy buen gusto para contarnos cómo son sus personajes, optando por una realización sencilla que, junto con unas más que correctas interpretaciones, transmite la naturalidad y frescura propias del cine bien hecho.



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