María Teresa León

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El acceso de la mujer a los niveles superiores de la educación y al mundo intelectual ha sido un camino que ha costado siglos recorrer y en el que las pioneras se encontraron con no pocos obstáculos. Entrado el siglo XX en España, todavía era muy pequeño el porcentaje de mujeres que accedían a la educación superior y menor aún el de mujeres que desarrollaban una actividad artística propia. Fue tarea de intelectuales progresistas y revolucionarios, hombres y mujeres, en los años 20 y 30 sobre todo, el comenzar a normalizar la imagen de la mujer con capacidad intelectual y artística propia, contradiciendo lo que la ideología dominante decía que debía ser una buena mujer: obediente al padre primero y al marido después, buena madre de los hijos y ama de casa sufrida. Las comunistas tuvieron entre sus filas a muchas de las mujeres que se decidieron a romper este esquema y se expusieron a todo tipo de insultos misóginos al intentar que su obra fuera reconocida en el mundo del arte, hasta entonces prácticamente reservado para el hombre.

María Teresa León fue una escritora de novela, poesía y teatro, nacida en 1903 en Logroño aunque vivió en muchas ciudades españolas y de fuera de España. Podría sorprender que pese a la notoriedad de su obra, y pese a que se la suele incluir entre los miembros de la llamada generación del 27, apenas se la nombra en los manuales básicos de historia de literatura española. Era hija de un coronel y en su familia había un ambiente intelectual y progresista que la marcaría profundamente para el resto de su vida. De hecho, era sobrina de una de las primeras mujeres españolas en obtener el doctorado en Filosofía y Letras.

Se casó a los 17 por primera vez  en un matrimonio convenido, como era habitual. Pero con catorce años ya había demostrado que no iba a ser una mujer que cumpliese únicamente con el papel que la ideología dominante, difundida sobre todo desde el poder eclesiástico, le reservaba: por querer estudiar el bachillerato y no abandonar sus estudios como la mayoría de las niñas a esa edad, por discutir con compañeras sobre las bajas expectativas de crecimiento intelectual que tenían, y enfrentarse a alguna que otra autoridad de su colegio, la expulsarían del Colegio de Monjas en el que había hecho sus estudios primarios. En 1929 rompería también su matrimonio para marcharse a Mallorca con Rafael Alberti, ya siendo licenciada en Filosofía y Letras.

Entonces ya había hecho sus primeros trabajos como escritora, en el Diario de Burgos, y publicando algunos cuentos infantiles, pero es en esta época de los años treinta cuando comienza a palparse totalmente el compromiso político en sus obras y queda clara su concepción de la literatura como arma. En 1932, la República la pensionó para estudiar el movimiento teatral europeo y comenzó a viajar con el que sería su compañero hasta su muerte por Berlín, la Unión Soviética, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Holanda; acudiendo a algunos de estos países como representantes del PCE y no solo por motivos laborales. También viajó a México, donde publicó en 1935 Cuentos de la España actual, obra donde se muestra claramente comprometida con las ideas socialistas; y un año antes, al estallar la revolución de octubre de Asturias, había estado junto a Rafael Alberti en Estados Unidos recaudando dinero para los obreros represaliados. Estos fueron sus proyectos políticos y culturales durante la etapa de la Segunda República, además de fundar junto a su ya por entonces marido la revista Octubre; pero al estallar la Guerra Civil éstos continuarían.

Ocurrió cuando ella había vuelto a España, y enseguida se pondría manos a la obra con las tareas de defensa que le encargó el gobierno republicano. En este periodo fue la cabeza visible de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, participó en la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico sacando y protegiendo las obras del Museo del Prado, y emprendió el proyecto que llamó Las Guerrillas del Teatro. Con este proyecto recorrió, ejerciendo como actriz, directora o autora de las obras que se representaban, varios frentes de la guerra. Para quienes la han estudiado, parece que María Teresa León, aunque también cultivara novela y poesía, destacó sobre todo como dramaturga, y en este contexto es visible la concepción que esta mujer tuvo y defendió del teatro. Según cuenta en un artículo, en el que defiende el teatro popular frente a otros intelectuales críticos con él y mucho más elitistas y clasistas en su concepción del arte, para ella el teatro servía “para educar, propagar, adiestrar, convencer, animar, llevar al espíritu de los hombres ideas nuevas (…)”; era un arma propagandística al servicio del pueblo, de la ideología del pueblo, que en ese momento concreto podía servir para elevar el ánimo en la batalla que se libraba contra el fascismo.

Perdida la guerra, se exiliaría también junto a Alberti, viviendo en Francia, Argentina y finalmente en Roma antes de regresar a España en 1977. Dicen que fue en Argentina donde también alcanzó su prosa una madurez artística y personalidad propia, cultivando un estilo mucho más relacionado con el realismo socialista con el vanguardismo que la caracterizaba hasta entonces. En esta etapa, además de muchos otros cuentos, ensayos, obras teatrales y hasta guiones cinematográficos, escribió Contra viento y marea y Juego limpio, dos de sus novelas más reconocidas, en las cuales podemos leer vivencias del pueblo de Madrid en guerra, las aventuras de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, la situación de algunos de los frentes de guerra, y otras historias de la Guerra Civil que María Teresa había conocido de primera mano.

Ya en 1970, unos años antes de volver a España y comenzar a sufrir una grave pérdida de memoria que empeoraría hasta su muerte en 1988, publicaría su autobiografía, Memorias de melancolía, donde aparte de sus reflexiones políticas y literarias acerca del papel del teatro en la lucha revolucionaria, su crónica de la guerra y del papel de los intelectuales en ella, podemos leer algunas reflexiones que aportaba como mujer, lamentándose: “Ahora yo solo soy la cola del cometa. Él va delante. Rafael no ha perdido nunca su luz”, mientras que a ella se le reserva en el mundo de la literatura un papel secundario o complementario. Sigue siendo así en buena parte, y es por ello que a las y los comunistas nos toca reivindicar el papel histórico y literario de María Teresa León, una de las intelectuales más comprometidas de su tiempo y que más empeño pondría en situar el arte como una herramienta al servicio del pueblo.

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