Una generación que nació desilusionada

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Años 90, el mundo ha vivido los cambios más profundos desde el final de la II guerra mundial. El bloque socialista ha dejado de existir, EEUU se ha convertido indiscutiblemente en la primera potencia, se viven para los países del lado oeste del muro un periodo de expansionismo económico y salvo por la guerra del golfo, nada trastoca la vida de las sociedades denominadas como “el primer mundo”.

La historia parecía haberse paralizado, ya no había grandes conflictos que nos afectaran directamente y el modelo de sociedad en el cual vivíamos se había extendido por todo el mundo, no había donde huir, ni metas que alcanzar. Comparado con todo lo que se había vivido durante el resto del siglo XX, el hoy parecía anodino, un triste relato gris en el que se repite un capítulo tras otro.

No lo advertimos de inmediato, pero algo empezó a modificarse en la mentalidad del conjunto de la sociedad. A buena parte de aquellos que vivieron su etapa juvenil durante esta época se les denomino la generación X, caracterizada por la apatía y el desasosiego, una generación sumida en el conformismo y el consumismo. Esta falta de expectativas no solo trastocó la mentalidad de los jóvenes, afectó a todos los niveles; la lucha social basada en el materialismo ideológico, ya bastante herida durante los 70 y 80, se vio sustituida por el reformismo de reivindicaciones identitarias, el movimiento contracultural paso del nihilismo subversivo del punk al malestar melancólico del grunge y en el plano cultural se impusieron visiones cada vez más pesimistas

No es casualidad que en 1999, justo antes del final de siglo aparecieran dos películas que abordaban los problemas de los hombres y mujeres que ya no luchan por el pan, ni contra ningún enemigo externo. La historia de aquellos cuyo principal conflicto vital esta dentro de ellos. Estas películas son “El Club De La Lucha” y “American Beauty”, dos films cuyo argumento no podría ser más diferente pero que tratan la misma temática principal, hacer una radiografía de los anhelos de los individuos de la sociedad contemporánea.

No destriparemos el argumento de ninguna de ellas, el cual recomendamos siendo estas auténticos iconos del cine moderno, pero si abordaremos sin entrar en los detalles la perspectiva general de ambas obras. Las dos cuentan con dos protagonistas hombres, de lo que se ha venido denominando (erróneamente) la “clase media” norteamericana, ambos tienen buenos trabajos, casas pagadas, no pasan ningún tipo de necesidad y podría decirse que a muchos estándares (de la sociedad de consumo) están realizados. Pero algo no funciona, algo les consume por dentro, viven sumidos en la infelicidad a pesar de que materialmente están satisfechos. La respuesta a este problema existencial que nos sitúan ambas películas es diametralmente distinto, ya que en la cinta de David Fincher este descontento se canaliza en una vertiente más destructiva hacia el orden de cosas, mientras que en la de Sam Mendes el protagonista interpretado por Kevin Spacey lo hace recuperando los hábitos y la mentalidad asociada a la juventud, valorando por encima de todo el placer.

La verdad es que sorprende que una industria cada día más complaciente, que solo se permite la libertad de criticar cuando va sobre seguro se atreviese a realizar críticas tan duras y tan claras como en el caso de “El club de la lucha” donde se nos dice a la cara de forma poco amable el “humilde” lugar que ocupamos dentro de esta sociedad.

Como ideología el capitalismo nos señala que el camino de la felicidad es el éxito profesional, su consiguiente retribución monetaria y repetir el proceso constantemente. Cumplir un papel dentro de un rígido mecanismo, vivir monótonamente o con estrés, pero vivir sin que nuestro paso altere nada, acorde con la interpretación de que la rueda de la historia se ha roto y deberemos vivir para la eternidad bajo el actual “statu quo”. Estas obras supieron ver e interpretar que el ser humano ansía más cosas que los bienes materiales y cumplir con nuestras necesidades básicas, que no queremos sentirnos pequeños y vacios constantemente durante nuestras vidas.

Evidentemente Hollywood nos vende recetas individualistas, incluso en sus obras más iconoclastas, pero no por ello es menos valioso el darnos cuenta a través de algunas de sus historias que de alguna forma debemos dar un paso hacia delante y tomar el control de nuestras vidas.

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