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El pico, sacándole los colores a la Transición

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Si la semana pasada comenzábamos el ciclo de publicaciones sobre la cultura en los barrios con un artículo acerca de la música rumbera de los 70-80, no hemos querido despegarnos tan fácilmente de tan frondoso e interesante universo quinqui: De la música al cine y a través de la película "El Pico" de Eloy de la Iglesia, hasta la representación de la marginalidad, la delincuencia y la crítica social que late en cada plano.

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A la hora de hablar de El pico, resulta imposible hacerlo sin referirse antes al contexto social en que dicha película se hizo, no sólo por constituir la película un perfecto documento histórico para entender cómo era la sociedad que muestra a todos los niveles (social, político, etc.), sino también porque dicho contexto histórico nos ayuda a comprender mejor la trayectoria de su director, Eloy de la Iglesia, autor referente del cine quinqui.

Cuando El pico sale a la luz, en 1983, la sacrosanta Transición ya había acabado y la democracia salía del quirófano recién operada. No obstante, miles de jóvenes supieron ver la venta de moto que se les venía encima, de ahí que optasen por "meterse en política" y contribuyesen a crear el ambiente de combatividad social característico de aquellos años. Fue en este escenario donde misteriosamente apareció la heroína, una droga letal que frenó el descontento de toda una generación llevándosela por delante y sumiendo en la marginalidad a miles de jóvenes de las principales ciudades españolas. Además, si los inicios de la década de los ochenta se caracterizaron por una alta convulsión política generalizada en toda España, ni qué decir tiene que en el País Vasco (región en la que se desarrolla El Pico), donde se sumaba además el plus del nacionalismo, la actividad armada de ETA, etc.; esta convulsión política (y por supuesto también el consumo de heroína) adquirió unas dimensiones enormes en comparación con el resto de regiones del Estado. Es dentro de este cúmulo de desgracias que tiñe de negro el advenimiento de la democracia donde debemos enmarcar el cine quinqui en general y El pico en particular, entendiéndolo como parte de una contracultura de carácter popular que venía a sacarle los colores a la Transición y dejar claro que no todo era tan bonito como lo pintaba la propaganda de entonces.

El pico narra la historia de Paco y Urko, dos chavales bilbaínos que se enganchan juntos al caballo, y nos muestra de qué modo afecta esta adicción a su entorno, especialmente a la relación con sus padres. Fiel reflejo de su época, la película de Eloy de la Iglesia sólo puede ser calificada de valiente, pues apunta de manera directa a las Fuerzas de Seguridad del Estado y su complicidad en la introducción de heroína en aquellos barrios obreros donde muchos jóvenes empezaban a revolucionarse tratando de sobrepasar los marcos que la Transición había establecido. Estamos, por lo tanto, ante una película hija de su tiempo que, mirada desde la distancia, resulta increíble que haya pasado tantos años desapercibida, pero que, situada en su contexto, nos hace ver que esa infravaloración a la que se vio sometida (no sólo El pico, sino también su director y todo el cine quinqui en general) resulta de lo más lógica, haciendo de Eloy de la Iglesia uno de los directores malditos por excelencia (hay quien se ha referido a él como "el Pasolini español"), de El pico un filme de culto en toda regla; y del cine quinqui un género a reivindicar urgentemente.


Refiriéndonos más a la película en sí, cabría hablar del buen hacer de Eloy de la Iglesia a la dirección y del reparto del filme, destacando el mítico Ovidi Montllor y, por supuesto, José Luis Manzano. Como curiosidad, además, señalar la brevísima aparición de Juanma de Eskorbuto (posiblemente el grupo más contracultural que ha habido en este país) y del propio Eloy de la Iglesia en la película; una obra, como decimos, imprescindible de ver y necesaria de reivindicar para recuperar y reconocer los referentes culturales de las clases sociales más bajas.

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