Palmeras en la nieve, pasión y esclavitud en la Guinea colonizada

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En diciembre llegó a nuestras carteleras Palmeras en la Nieve, una adaptación de la novela homónima de Luz Gabás, que asimismo se inspiró en las vivencias de su padre y su tío en un periodo interesadamente silenciado de nuestra historia reciente. Hoy desde Tinta Roja queremos dedicarle un espacio. Esta superproducción nos logra llevar al periodo de 1950-1960, en la actual Guinea Ecuatorial, en el periodo en el que las voces que clamaban independencia pasaron de ser aisladas a un auténtico movimiento de masas.

La historia tiene comienzo en la partida de Kilian (Mario Casas) y su hermano (Alain Hernández) de una Huesca en plena dictadura, a la conocida entonces como la colonia de Fernando Poo (Actual isla de Bioko), para trabajar en una plantación de cacao. Desde el primer momento se hacen notar las diferencias entre colonos y nativos, si bien impregnado de romanticismo y dejado como trama menor, a favor de la historia de amor entre Kilian y Bisila, una nativa a la que da vida Berta Vázquez.

En otra línea temporal, la presente, la sobrina de Kilian descubre su correspondencia a África, y viaja hasta Bioko para desenterrar algunos misterios de la historia de su familia. En una Guinea sumida en una dictadura, siendo el país con más diferencia entre el PIB (está el número 28) y el Índice de desarrollo humano (el 118 en la lista)1, empieza a vivir una historia paralela a la de sus familiares.

La acusación de envolver de romanticismo la explotación y el trato vejatorio al que estaban sometidos los guineanos no es gratuita. Concretamente, y sin ánimo de destripar la historia, hay varias escenas que hacen notar bien este hecho:

Una se da cuando Kilian encuentra una serpiente en su habitación. Este, después de matarla, se encuentra con su sirviente y le golpea acusándole de intentar asesinarle. El muchacho, entre guantazos, acusa a otro, y el personaje de Mario Casas acude a vengarse a golpe de latigazos en medio de una fiesta, con el beneplácito de sus familiares, ahí presentes.

Otra escena destacable tiene lugar en una fiesta de un caserío, cuando un sirviente acusa al mismo señor de tratarles como esclavos. Éste, resumiendo el espíritu de la película en pocos segundos, le responde con fórmulas paternalistas, propias de un patrón y no de otro trabajador de la finca, como se insiste en varias ocasiones.

Así como vemos una justificación cruel de la explotación laboral, también la vemos de la sexual, que tantas vidas destrozó en esos tiempos. Violaciones llenas de tópicos y prostitutas que no son personas para los ojos de los protagonistas son también recurrentes.

La línea actual goza de mayor fidelidad histórica, mostrándonos un país con sangrantes diferencias sociales e inseguridad.

En conclusión, si nos dejamos llevar por las múltiples historias de amor, aventuras y venganzas, es una película que nos llevará al extremo de la emoción, entre una ambientación perfecta, que logra trasladarnos al espíritu de la Guinea de los 50. Si no, tendremos un intento más de manipulación histórica y justificación de la barbarie, de hacer dulce la sumisión y la explotación.

1

PNUD (2009), Informe de Desarrollo Humano

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