De quinquis a canis: la demonización de los barrios populares.

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Hoy en día la expresión "ser de barrio" lleva implícita una serie de valoraciones sociales no todas positivas. "Ser de barrio" significa para muchos incultura. "Ser de la calle" es ser callejero, término al que enseguida aplicamos un juicio de valor negativo, incluyendo en él, de forma insconciente, una tendencia al alcoholismo, al robo y al tráfico de sustancias o mercancías de forma ilegal. Pero no debemos olvidar que los obreros y obreras que habitan los barrios y que son marginados de la sociedad se enfrentan a unas condiciones materiales específicas.

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Las desigualdades sociales entre dos grandes grupos, los dueños de todo y los que no tienen nada, se plasma también en el espacio. Desde los edificios del siglo XIX con un primer piso noble, y las buhardillas relegadas para el servicio doméstico, hasta la configuración de barrios burgueses y barrios obreros, la geografía urbana es un fiel reflejo de la sociedad que la habita. Así, vemos la existencia de barrios populares principalmente situados en la periferia, o cerca de donde se encontrasen las fábricas en su día, pero también en el centro de la ciudad, donde la insalubridad de el mal estado de los eficicios complican que sean cómodamente habitados. En estos barrios, tan diferentes en recursos, en cantidad, calidad y cercanía de servicios con respecto a los barrios burgueses, sus habitantes son objeto de la marginalización y luego demonización. El mismo pueblo llano que se amontonaba en el corral en los teatros del siglo de Oro y que luego se concentró a las afueras de las grandes ciudades que crecían, pero lejos de los planes urbanísticos de embellecimiento de estas, son los que en las últimas décadas hemos pasado de denominar quinquis para ser hoy canis.

El término de quinqui hacía referencia a grupos de baja clase social con costumbres casi nómadas que recorrían los barrios de las grandes ciudades recogiendo y vendiendo quincalla, trastos de metal de baja calidad. De este modo, esta palabra ha pasado al lenguaje popular como sinónimo de delincuente o de persona de mal aspecto, razón por la cual se considera despectiva. La denominación de quinqui lleva entonces sobreentendido el ser un ladronzuelo o mangante, coquetear con las drogas, tanto por su consumo como por su tráfico, y sobre todo, un alto nivel de inadaptación a su sociedad. El quinqui es visto como un ignorante, con un bajo o inexistente nivel educativo y cultural y,sobre todo, que no es de fiar.

Pero olvidamos que estos juicios de valor que también se emiten desde medios obreros son objeto de una aplicación de la moral burguesa que no tienen en cuenta las condiciones materiales de la vida en los barrios. Porque en muchos de estos barrios la falta de servicios mínimos para la densidad de su población, limitan el acceso a la educación más básica, pero, además, se trata de niños y jóvenes que crecen en un entorno de limitaciones, que no ven en la escuela un medio para escapar de su situación y que por instinto de supervivencia, se organizan en bandas donde ejercen prácticas mal vistas por la sociedad que les rodea ante la necesidad de ganar un dinero extra. Es entonces la sociedad desigual la que les margina, les niega el derecho de admisión y luego demoniza mediáticamente.

Así, los quinquis de los años 1980 han dejado paso a un nuevo estereotipo, el de los canis. Canis es un término que se utiliza desde finales de la década de 1990 para definir a jovenes apolíticos y desmovilizados, también cercanos a prácticas de delincuencia y la violencia, y pertenecientes a las clases bajas populares. Se trata de una tribu urbana opuesta a los llamados pijos en la que, de nuevo, encontramos que la limitada capacidad adquisitiva, el bajo nivel cultural y educativo y la falta de perspectivas de otra forma de vida son las características principales. Es importante resaltar el papel que el apoliticismo juega en la percepción social de la clase obrera cuando se refiere a ella con este término. Son jóvenes apolíticos sin esperanza en un cambio social que deciden, ya que no creen que no pueden luchar contra el sistema que les oprime y les relega a un último plano, evadirse de él.

Vemos, por lo tanto, que ambas definiciones, aunque diferentes entre sí, hacen hincapié en los mismos elementos. La demonización de la clase obrera se centra en atribuirles prácticas mal vistas por la sociedad sin explicar su origen, a la vez que les da estos adjetivos, portadores de una apariencia física y unas pautas de comportamiento específicas para reducir el problema. Los quinquis, los canis están fuera de la sociedad por decisión propia, nos hacen creer, los habitantes de los barrios no quisieron ir a la escuela porque prefirieron malgastar su vida en las drogas, las prácticas delictivas y la violencia. Esta visión segmentada de la realidad obedece sin duda a una estrategia de desmovilización de la clase obrera, que ante la precariedad laboral, la falta de recursos y servicios en sus barrios, sólo le queda organizarse.

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