Fútbol y pitidos: la politización al servicio de la burguesía

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Si nos atenemos a los resultados que las encuestas a extranjeros arrojan sobre la imagen de España, la imagen que estos tienen de la "marca España" serían el sol, los toros y el fútbol. Dejando de lado las dos primeras, dado que la climatología escapa del control y los deseos personales y que el "noble" arte de la tauromaquia cada vez genera más rechazo en la sociedad, hay un estereotipo que sí se cumple en las diferentes zonas del estado español: la pasión por el fútbol.

En este estado vivimos un auténtico romance con el balompié: un deporte bonito, que practican todos los niños -y no tan niños- de este país, soñando con emular a las grandes estrellas que surcan los campos regateando y marcando goles. Da igual ser aficionado de tal o cual equipo, vivimos allí donde todo el mundo apoya a alguno y se reúne en los bares para ver, como mínimo, los partidos de Champions, el Barça-Madrid y los partidos de "la Roja". Es innegable que el fútbol es el deporte nacional en España, levantando tantas pasiones como las que levanta el fútbol americano, el baloncesto, el rugby o el cricket en otros países. Y por supuesto, un gran mercado que mueve miles millones de euros cada temporada, tema del que se podría hablar mucho.

Sin embargo, también existe otra faceta no tan visible a los ojos de los aficiones pero tanto o más importante que el resultado de cada partido: la carga ideológica. En un estado donde predomina el "pan y circo" pero que ya no es capaz de dar pan, lo único que queda es el circo, el cual presenta una carga política notoria, a veces muy poco sutil. No hace mucho vimos cómo aficionados vascos y catalanes pitaban el himno nacional en la final de la Copa, y cómo a los pocos días el defensa del F.C. Barcelona, Gerard Piqué, recibía una sonora pitada también durante la concentración y el partido de la selección española en León. Ejemplos ambos de cómo la afición, dividida, responde a las circunstancias políticas que rodean al deporte profesional en un sentido u otro dependiendo de las ideas políticas que diferentes medios proyectan.

Y es que dentro del capitalismo, las pugnas entre diferentes burguesías se manifiestan abiertamente en el mundo del deporte profesional. arrastrando con ellas a miles de hinchas identificados por unos símbolos y unos colores secuestrados en muchos casos por empresarios y banqueros, movidos por sus intereses clasistas. Las pitadas, por mucho que quieran ser presentadas como espontáneas o como consecuencia del hartazgo de la población hacia las decisiones y declaraciones políticas que se toman en los despachos, están calculadas, y son demostraciones de fuerza al servicio de aquellos que siguen explotando a la clase obrera en cada centro de trabajo. El fútbol profesional se ha convertido en el opio del pueblo. Ahora toca al pueblo dejar ese opio de lado, pero primero tendrá que darse cuenta de que lo consume.

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