Temor rojo, la caza de brujas anticomunista en el Hollywood dorado

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Adrián Bertol

Tinta Roja nº20, invierno 2012-2013

 

"El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud. Yo he elegido. No tenía otra alternativa"

Paul Robeson 

No hay mayor temor para la burguesía que los obreros adquieran conciencia de su función social y se organicen para avanzar hacia la toma del poder. 

En los Estados Unidos de principios del siglo XX las huelgas eran cada vez más frecuentes. A la par, los comunistas, liderados por John Reed y Benjamin Gitlow, rompieron con la Segunda Internacional y conformaron el Partido Comunista (CPUSA, por sus siglas en inglés). Como respuesta a este avance, en 1919, el senado creó una institución, el “Overmann Commitee”, encargada de investigar a todos los sospechosos de comunismo. Apoyándose en el “Acta de Sedición de 1918” desataron una primera gran oleada represiva, conocida como “Temor Rojo” (“Red Scare”), que se extendió hasta 1921 y que se saldó con la ilegalización del CPUSA y la detención de miles de comunistas, de los cuales una parte fueron expulsados del país.

Posteriormente, en 1938, el congreso estadounidense formó el “Comité de Actividades Antiamericanas”, presidido por Martin Dies Jr., vinculado al Ku Klux Klan, que prosiguió con las persecuciones.  

En 1939 el comité citó a Hallie Flanagan, directora del Federal Theatre Project, para responder a la acusación de que el proyecto estaba lleno de comunistas. Entre otras cuestiones le preguntaron si el dramaturgo de la época isabelina Christopher Marlowe (1564-1593) pertenecía al Partido Comunista (¡!) y si otro dramaturgo, Eurípides (480-406 a.N.E.), de la Grecia clásica, hablaba sobre la lucha de clases (¡!). Este interrogatorio fue la antesala de la “caza de brujas” dirigida sobre actores, guionistas y directores de Hollywood presuntamente relacionados con el comunismo apenas diez años después.  

En junio de 1940, antes de que EEUU entrara en la Segunda Guerra Mundial, el congreso aprobó la “Ley de Registro de Extranjeros” que, entre otras cosas, declaraba ilegal apoyar, favorecer, sugerir o desear que el gobierno fuera derrocado. Obligaba a todos los extranjeros a rellenar un formulario que incluyera todos sus datos personales con sus creencias políticas; en cuatro meses se registraron 5 millones. Hay que tener en cuenta que en el CPUSA solo el 10% de los militantes hablaban inglés, la inmensa mayoría eran extranjeros; por tanto la ley fue aprobada contra los comunistas, lo que llevó a que sus líderes fueron arrestados en 1949 y, después de nueve meses de juicios, once de ellos fueran condenados. 

Entre 1947 y 1957 se produce otra gran oleada de “Temor Rojo”, que toma el nombre de “macartismo” en “honor” al papel que tuvo en ella el senador republicano Joseph McCarthy. No por casualidad coincidió con la victoria soviética en la Guerra Mundial, la Guerra de Corea y el inicio de la Guerra Fría, punto álgido de la lucha de clases a nivel internacional. Y tampoco es casualidad que estuviera dirigida a los personajes más avanzados del arte, gérmenes de la nueva cultura proletaria en lucha contra la cultura dominante basada en la reproducción ideológica del capitalismo. 

En 1947, el comité llamó a declarar a 41 artistas que involucraron a otros 19. Uno de ellos, el dramaturgo Bertolt Brecht, tras hacer sus declaraciones escapó a Suiza; posteriormente terminaría en la RDA. El resto fueron despedidos de sus empleos, encarcelados y expulsados indefinidamente de la escena. Diez de ellos, conocidos posteriormente como “Los Diez de Hollywood”: Herbert Biberman, Lester Cole, Albert Maltz, Adrian Scott, Samuel Ornitz, Dalton Trumbo, Edward Dmytryk, Ring Lardner Jr., John Howard Lawson y Alvah Bessie alegaron que tenían derecho a negarse a declarar bajo protección de la primera enmienda de la constitución. El comité apeló a la Corte Suprema, que le dio la razón; fueron acusados de desacato y condenados a penas de entre seis y doce meses de prisión; solo uno de ellos evitó gran parte de su condena, el cineasta Edward Dmytrik, que siguiendo el infame ejemplo del director de cine Elia Kazan, terminaría por delatar a decenas de compañeros y camaradas “para salvar su piscina”, como diría Orson Welles sobre estos traidores. Más allá de Hollywood, otros tantos artistas también dieron con sus huesos en la cárcel por los mismos motivos, el más famoso de ellos es el caso del gran novelista Dashiell Hammett.

En respuesta a esta persecución varios artistas formaron un grupo denominado “Comité por la Primera Enmienda”, entre ellos John Huston, William Wyler, Humphrey Bogart, Katharine Hepburn o Groucho Marx. 

Ese mismo año el comité comenzó a presionar para que se deportara a Charles Chaplin. A pesar de que fue llamado a testificar en varias ocasiones, nunca se presentó y fue acusado por escribir una carta al pintor Pablo Picasso, también comunista. En 1952 durante un viaje se le impidió el regreso a EEUU. Otro caso similar es el del artista afroamericano Paul Robeson, quien combatió con la Brigada Lincoln frente al fascismo en España; también fue vetado, y actuó hasta que en 1949 dos conciertos suyos fueron atacados por grupos racistas bajo complicidad policial. Escogió como lugar de exilio la URSS y en 1952 fue condecorado con el Premio Stalin de la Paz. 

La furia anticomunista parecía no tener límites. Vincent Harnett, productor de televisión, y tres miembros del FBI publicaron en 1950 “Canales Rojos”, una lista con 151 presuntos artistas subversivos. Las empresas tenían prohibido dar trabajo a cualquier miembro de la lista negra; llegaron a ser 320 los artistas vetados.  

Tras esto, McCarthy arremetió contra las editoriales de libros, llegando a clasificar 30.000 libros escritos por “comunistas, procomunistas, excomunistas y anti-anticomunistas”. Estos libros fueron retirados de la venta; entre ellos “Robin Hood”, pues enseñaba que había que quitar a los ricos para dar a los pobres. El infame senador fue finalmente destituido en 1953, al comenzar las investigaciones por infiltraciones comunistas entre altos mandos del ejército.

El comunismo internacional estaba más fuerte que nunca, ya era imparable, pero los análisis no estuvieron a la altura de las circunstancias. La deriva revisionista asumida por el PCUS tras su XX Congreso en 1953 llevó al debilitamiento progresivo de los partidos comunistas y obreros en todo el mundo. En EEUU, la gran represión sufrida por el CPUSA agravó estas consecuencias y a la larga se convirtió en un partido subsidiario de la oligarquía, llegando a apoyar en las elecciones al Partido Demócrata desde finales de los 80.