La transición que nos contaron

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El periodo de la historia de España que hemos denominado Transición Democrática (1975-1982) se nos ha contado, escrito, cantado y televisado desde muchos lugares y con distintas perspectivas e intenciones. Muchos historiadores, incluso de los que se pretenden rigurosos y progresistas, señalan esa diversidad para negar que de la Transición haya únicamente una versión oficial, contada desde los medios mayoritarios y legitimadora del proceso, tachando de exagerados, manipuladores y enrabietados a aquellos que así lo analizamos[1].

Es cierto que historiográficamente hay una enorme cantidad de visiones del proceso, incluyendo algunas muy críticas con quienes se empeñaron y siguen insistiendo en que fue algo modélico por la estabilidad del contexto social y el desarrollo pacífico de los hechos.  Sin embargo, a cualquiera que realice con seriedad un análisis crítico, y no tenga intención de legitimar el proceso de transición ni el régimen al que dio lugar, no se le escapará que de dicho proceso existe una visión hegemónica y naturalmente legitimadora, que la burguesía y las elites políticas se encargaron de trasladar a través de sus medios de comunicación desde el mismo comienzo del proceso.

Radio, televisión y prensa escrita: informadores del proceso arrastrando la censura gubernamental hasta 1977

La radio y la televisión fueron los medios de comunicación que en mayor medida informaron a la población española en este proceso[2]. Cuando quienes lo vivieron se remontan a aquellos días, reviven una y otra vez las imágenes que vieron en sus televisores con expectación, con los presentadores de los informativos y personajes públicos hablando acerca de los acontecimientos más importantes. Lo cierto es que estos dos medios, hasta la Ley de 1977, tenían que respetar lo que se consideraba desde la censura como “los principios del Movimiento”, pero incluso con esta ley, a pesar de la “libertad de expresión” que preveía, quedaban prohibidos los ataques “a la monarquía, a la unidad de España y a las Fuerzas Armadas”. Sobra decir que con esta excusa legal el gobierno tenía pretexto para reprimir las publicaciones que considerase demasiado divergente de las versiones de los acontecimientos políticos que se querían dar.

La prensa escrita tuvo también su importancia, aunque menor[3], en la información a los españoles durante el proceso. A este medio lo han llegado a considerar el “parlamento de papel”[4] en el que desde la Ley de Fraga de 1966 se podían comenzar a tratar temas vedados hasta entonces. Nada más lejos de la realidad, cuando esta ley permaneció vigente hasta 1977 y si bien eliminaba las censuras previas, preveía multas y sanciones posteriores a aquellos medios escritos que “se pasasen de la raya”. Diarios de orientación liberal burguesa apenas se toparon con problemas, mientras que otro tipo de medios correspondientes a las organizaciones políticas y sindicales que nunca abogaron por un continuismo sino por una ruptura total con el franquismo y el sistema social y económico al que representaba siguieron sufriendo la represión y persecución que venían soportando. Así que si en algún momento fue un parlamento, tan solo lo fue para los debates de la burguesía.

La “solución” de la burguesía para la censura: la privatización

Televisión, radio y prensa escrita fueron viviendo una liberalización progresiva entre 1977 y 1984, fecha en la que se culminó con la privatización total de casi todos los medios sacándolos a subasta. La burguesía liberal, esa que se ha dedicado a legitimar el proceso de transición política y que bajo sus reclamos puntuales de “ruptura” sólo pedía, en el fondo, una liberalización económica y la perpetuación del mismo sistema económico de explotación sin apenas pedir siquiera responsabilidades políticas a quienes mantuvieron una dictadura fascista, se vanagloria de este proceso y considera con esta privatización de los medios que todos los males de la censura franquista han concluido. ¡Como si permitir que los medios de comunicación sigan siendo al fin y al cabo un monopolio el del capital supusiese una verdadera libertad de expresión!

Se equivocan aquellos que piensen que la única traba para la libertad de expresión es la censura política gubernamental. En una sociedad de clases como es el capitalismo, los grandes medios de comunicación estarán siempre en manos de las clases dominantes. En la España post-franquista que la burguesía aprovecha para avanzar en la liberalización económica, la liberalización de la prensa únicamente implica su subasta para que los medios pasen al control de grandes grupos empresariales, que intentan dar imagen de pluralismo informativo, pero sólo nos dan unas cuantas visiones de los procesos políticos, económicos y sociales que nunca van a mostrar las raíces y las contradicciones fundamentales de los mismos. No iban a tirarse piedras a su propio tejado: no iban a dar una visión de la Transición que en ese momento hiciese peligrar las “rupturas pactadas” de los dirigentes y la preeminencia social de la clase en el poder.

Así que lo cierto es que ni antes ni después de 1977 los medios mayoritarios dieron una visión del proceso que no fuera la de la reforma política pactada y consensuada. La narración de las hazañas cuasiépicas del nuevo Rey y de otros personajes políticos que aunque una década antes saludaban “a la romana” empezaron a aparecer como “demócratas de toda la vida” comprometidos con la transformación política, se sucedían en televisión y radio ocultando las reclamas por las que el movimiento comunista y sindical luchó hasta cierto momento en el proceso, enmascarando la responsabilidad de los nuevos dirigentes políticos en las muertes y la represión ejercida contra la movilización social durante los últimos años setenta y primeros ochenta, y pintando un panorama político y social amable en el que parecía que ya no existieran la pobreza de las clases trabajadoras, la desigualdad y la conflictividad social.

Otras narraciones de la transición y de su contexto social

¿No tenemos, entonces, otros testimonios de la época de la Transición que den otra visión, que ponga al menos en duda esa imagen de sociedad idílica o que denuncie los “pactos de ruptura” de unas elites con ciertos dirigentes “de izquierda” que incurrieron en la más vergonzante traición? Sí que los tenemos. El descontento político y social en la época de la Transición fue algo visible y evidente a pie de calle, que como en cualquier otro periodo histórico de la época contemporánea dejó su huella en el cine, en la música, en los periódicos y otros medios de expresión.

Especialmente interesante en este contexto es el fenómeno quinqui, protagonizado por “jóvenes pobres del extrarradio, sin empleo, sin horizontes, erigidos durante la transformación urbana y crecidos entre paisajes urbanos depauperados y castigados por la represión policial”[5]. Varias son las películas producidas en la época que nos narran las vivencias (entre la heroína, el robo y la exclusión social) de esta juventud que no era precisamente la de la sociedad urbanita, moderna y próspera que decía la prensa, ya en manos de esa nueva burguesía neoliberal, que había germinado bajo el sistema democrático. Con Perros Callejeros, en 1977, José Antonio de la Loma inicia la iconografía del fenómeno quinqui retratándonos la vida de ciertos barrios barceloneses. Pero son muchas más las películas que se produjeron: Los placeres ocultos (1976), Navajeros (1982)[6], Deprisa, deprisa (1981), Colegas (1982), El pico (1983), La estanquera de Vallecas (1987), etc. Los jóvenes de las periferias obreras, que más razones parecían tener para luchar en los ochenta pero que menos conciencia social y política llegaron a tener por sus propias condiciones de vida, quedan reflejados en esta filmografía, útil para contraatacar a esa memoria escrita desde arriba de la sociedad que trajo la Transición.

Pero también tenemos otros testimonios donde no faltan las denuncias a la imagen falseada de sociedad conciliada y al sistema político parido por el franquismo, ni las reivindicaciones sociales frente a la perpetuación de las desigualdades económicas y de la represión surgida contra quienes lo denunciaban. La canción protesta puede considerarse casi un género musical propio de este periodo de la historia española, que llevó reivindicaciones sociales y políticas durante y después de la Transición. Cronológicamente, quizá una de las primeras canciones que han tenido cierta fama sea Al alba, que Luis Eduardo Aute compuso al salir la noticia de las últimas ejecuciones que realizaría el franquismo, en septiembre de 1975. Disfrazó la letra de balada romántica para evitar problemas de represión, y no la publicaría hasta unos años después. Aunque realizada contra esa dictadura que se hundía, la canción fue todo un clásico a cantar contra la represión política. Algo más tarde, Al vent de Ausias March y el Canto a la libertad de Labordeta fueron durante el proceso casi himnos populares, famosos sobre todo en sus respectivas regiones, que cantaban por un cambio político y social que se quería mucho más profundo del que finalmente fue.

Otros géneros musicales más novedosos fueron el punk y el rock, que dieron lugar por ejemplo en Euskadi a todo un movimiento apodado “rock radikal vasco”. Es un buen ejemplo Eskorbuto, que con su documental-canción Las más macabras de las vidas[7] nos ofrece todo un contrarrelato de la Transición, con imágenes de porrazos policiales, anuncios de bancos y al rey explicando en inglés que nunca criticaría a Franco. La Polla Récords es otro grupo conocido de este movimiento, que en los ochenta cantaría en No somos nada: “Somos los nietos de los obreros que nunca pudisteis matar, por eso nunca, nunca votamos para la Alianza Popular, ni al PSOE ni a sus traidores ni a ninguno de los demás, somos los nietos de los que perdieron la Guerra Civil”. Además de ellos, Cicatriz (con Inadaptados) o Kortatu, entre otros, representaron todo el descontento político y social de la juventud en sus letras y fueron casi pioneros en lo musical tanto en esto como en comenzar a desmentir la imagen de sociedad conciliada y sin males que los medios seguirían vomitando unos cuantos años más.

Una historia por escribir

Los historiadores, que viven apasionadamente sus debates académicos encerrados en las universidades, seguirán publicando narraciones críticas o no tan críticas con este proceso de transición, para seguir vanagloriándose de la variedad de miras existentes para el proceso. La prensa burguesa seguirá dando esa falsa imagen de variedad mientras no peligre el poder de quienes la tienen en propiedad. Pero mientras tanto, a pie de calle, sigue siendo necesario combatir la historia que nos contaron desde sus grandes medios, pues muchos de los mitos que se generaron en esta historia que se narraba mientras discurrían los hechos siguen perviviendo hoy en día. Para desenmascarar toda estrategia llevada adelante por las clases dominantes para legitimar su pasada y actual posición de poder, contar la historia de la transición desde abajo, a través de toda la documentación señalada, es todavía una tarea pendiente que tenemos que afrontar.

 

 

[1] Santos Juliá, “Cosas que de la transición se cuentan”, Ayer, nº 79, 2010 (297-319).

[2] Las audiencias de ambos medios aumentaron exponencialmente entre 1975 y 1982.

[3] La prensa escrita tenía un público más restringido, sobre todo con cierta formación intelectual, política y económica. Carlos Barrera del Barrio, “Ni modélica ni fracasada: la transición democrática e incompleta de los medios de comunicación”, Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, 2016.

[4] Varios son los historiadores y periodistas, como Juan Luis Cebrián, director de El País, que han intentado asentar esta expresión en los estudios y relatos de la transición.

[5]  Fuera de la ley. Asedios al fenómeno quinqui en la Transición española (Editorial Comares)

[6] http://tintaroja.es/cultura/881-navajeros-los-ninos-perdidos

[7] https://vimeo.com/118693759