Por todos lados nos machacan con la superación personal. Las multinacionales lo utilizan como lema. En las películas y series el protagonista siempre es un valiente que supera todos los problemas. Incluso los departamentos de Recursos Humanos insisten al trabajador con que tiene que mejorar su trabajo día a día.
Así, cuando un trabajador se equivoca automáticamente se le atribuye a él la culpa. No se tienen en cuenta otros factores como las condiciones laborales, la situación familiar... no se piensa que es la clase de los capitalistas quienes marcan cómo vive y cómo actúa el trabajador, quedando éste reducido a ser una pieza de toda la estructura.
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Hace poco un amigo me contaba indignado lo poco eficaz que fue un dependiente con él cuando fue a comprar a una superficie comercial. Por supuesto, colmó al trabajador de insultos y deseó que lo despidieran. De hecho estuvo a punto de poner una reclamación donde literalmente iba a recomendar a la empresa su despido.
Cuando tu amigo te lo cuenta así –tan de repente– hasta llegas a compartir su opinión al principio. De primeras piensas que realmente el trabajador era un incompetente y que podrían haber buscado otro mejor preparado con la cantidad de parados que hay. Pero, como trabajador, pronto me saltó el chip. Fue justo cuando habló de la preparación del trabajador.
Para todos los que hemos pasado por programas del INEM y procesos de selección de personal no es nada sorprendente que contraten a uno y lo pongan a trabajar al día siguiente sin darle un preparación alguna. Simplemente le dicen que al día siguiente acuda a la puerta del centro de trabajo, le dan unas indicaciones muy básicas y a partir de ahí se las tiene que apañar. Por supuesto, aun viéndose con el culo al aire, acepta el trabajo sin rechistar. Cómo no lo va a hacer si en muchísimos trabajos es así, sobre todo en los trabajos poco cualificados que cogemos los jóvenes, y más sabiendo que si pone alguna pega hay esperando otros tantos detrás.
Pues claro, luego llega mi amigo al día siguiente y el chico o la chica se ven completamente desbordados al atenderle. Primero vacila porque no sabe qué hacer, luego piensa en llamar a un compañero o al jefe... pero tampoco se atreve para que no vean que desde el primer día comete errores. Él por dentro se siente fatal, le hiere todo su orgullo personal, pero se ve obligado a morderse la lengua, pedir disculpas al cliente y luego rendir cuentas delante del jefe cuando le pregunta qué ha pasado (el cual además se lo recordará cuando le vaya a pagar, por eso tan tradicional de mantener al trabajador por debajo, como si mendigara el salario).
Con el chip cambiado recupero el dilema: ¿el trabajador era responsable de su ineficacia? ¿O la verdadera responsable era la empresa que no le dio la preparación suficiente?
Por suerte mi amigo cambió de opinión cuando se lo expliqué. Se dio cuenta de que el trabajador no era más que una pieza más de toda la estructura y toda la responsabilidad no podía caer sobre él. Depende de verlo desde la perspectiva de la clase obrera o la burguesía.
De todas maneras, esta experiencia me sirvió personalmente para ser más consciente de hasta qué punto la sociedad de los capitalistas intenta hacernos responsables a los trabajadores de absolutamente todo lo que sucede. Hasta el punto de que en muchas ocasiones esta conciencia pro-empresa se ha colado incluso en el sentido común y la primera reflexión que nos sale ante sucesos como éste es responsabilizar al trabajador de sus errores. Claro está, ello no lo han conseguido sin depositar grandes esfuerzos: la prensa, la televisión, el sistema educativo (con asignaturas como FOL), la religión...
Entonces, ¿dónde queda aquello de la superación personal? ¿Acaso se puede hablar de que la superación individual depende exclusivamente de cada uno?
Como podemos ver la superación no solo tiene una dimensión individual, sino también social. Por ejemplo, es en medida que se pongan socialmente las facilidades para mejorar la formación laboral que los trabajadores adquieran mayor preparación. Y para eso por lo pronto es fundamental asegurar un empleo a todos, un acceso general a la formación y a la cultura, una reducción de jornada para que dediquen tiempo diario a mejorar su preparación sin perder tiempo de descanso, etc.
A nadie se le ocurriría responsabilizar a la víctima de un atraco de que ha sido atracada, ¿verdad? Se le podrá decir que la próxima vez tenga más cuidado, que no camine por depende qué sitios..., pero nadie se atrevería a culpabilizarle de que le han atracado. A quien se culpabilizaría sería al ladrón.
Entonces, ¿por qué se culpabiliza siempre al trabajador cuando hay un error en el trabajo? ¿Por qué no se busca la responsabilidad en el que le explota sin prepararlo, sin darle ni siquiera formación en seguridad laboral, en el que provoca que salte a la primera porque le paga una miseria, en el que es propietario del conjunto de la empresa y por tanto de las decisiones que se toman en ella?
Resulta que cuando en la empresa algo va bien el éxito es de todos, de jefes y trabajadores. En cambio, cuando en la empresa algo va mal las consecuencias recaen exclusivamente en los trabajadores y los jefes salen impunes.
Curiosa paradoja en una sociedad que nos dice que todos somos iguales y libres.
Adrián J. Bertol es el Director de Tinta Roja.
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