La “hegemonía” y las “identidades colectivas” para justificar la claudicación

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Las elecciones generales se acercan y todos los partidos ponen en marcha su maquinaria de propaganda para tratar de arañar el máximo de votos. Y, entre tantas propuestas, ¿los intereses de qué clase defiende cada una?

Mientras el objetivo de los partidos consista en conseguir el máximo de votos para llegar (o acercarse) al Gobierno y no en movilizar a los sectores sociales golpeados por la crisis capitalista, no les quedará más remedio que trasladar un mensaje ambiguo y carente de contenido. De esta forma, las formaciones de las que hablamos tratan de contentar a todas las clases sociales, incluso cuando sus intereses llegan a ser contradictorios. Claro ejemplo de ello lo tenemos en Podemos, donde Jesús Montero (Secretario General de Podemos en Madrid y miembro de su máxima dirección) elogió a los supuestos "empresarios honestos" como la familia Botín1. ¿Quién diría que Podemos se vendió en un primer momento como una presunta formación de "izquierdas" en "favor del pueblo"?

Para poder justificar sus malabares políticos este tipo de partidos ataca a quienes plantean el problema de manera clara, sin ambigüedades ni distracciones. En lo concreto arremeten contra los comunistas y otros sectores de la lucha sindical que defienden el papel central de la clase obrera en la sociedad y la política.

La concepción marxista (con la cual concurrirá sin duda alguna el PCPE a la próxima batalla electoral) se basa en las condiciones de vida y trabajo de los sectores anteriormente mencionados.

En otras palabras, los comunistas señalamos a todos los sectores de la sociedad que producen el grueso de la riqueza social y que por lo tanto sobreviven gracias a su propio trabajo y no de explotar y apropiarse del trabajo ajeno. En lo específico nos referimos, como bien señalan las Tesis del IX Congreso del PCPE2, a la clase obrera, al campesinado, a los pequeños productores del campo expoliados y arruinados por los monopolios, a los sectores profesionales, a la pequeña burguesía en proceso de empobrecimiento, al estudiantado y juventud de origen popular y a los pensionistas.

En la otra vertiente, señalamos a los grandes monopolios, es decir, a los grandes empresarios y banqueros que se apropian del trabajo ajeno y se enriquecen de él. En otras palabras, nos dirigimos a todos los sectores golpeados y empobrecidos por los monopolios capitalistas, generadores de toda la riqueza social en contra de todos aquellos sectores que se benefician de la ruina y expolio del pueblo trabajador (independientemente de que su presunta honestidad).

En este sentido, todas estas formaciones populistas y oportunistas se basan de una forma u otra en teorías postmodernas como la de Laclau y Mouffe, los cuales plantean que la política se basa en crear identidades colectivas. Es decir, tratan de crear un sujeto político, pero no basado en una realidad material de vida y trabajo (como por ejemplo la posición anteriormente descrita sobre los monopolios) sino en una subjetividad abstracta donde todo cabe y donde la lucha principal no se da en el terreno material (de la conquista de derechos sociales, económicos y políticos) sino en el terreno de los conceptos. De esta forma la lucha principal se centra en intentar ganar la hegemonía en una serie de conceptos, en lograr que su interpretación sobre una serie de elementos se convierta en la mayoritaria respecto a la de sus oponentes (como por ejemplo el concepto de democracia).3

De ahí que no nos deba sorprender cómo el programa de Podemos o el discurso de Izquierda Unida (y de otras formaciones) cada vez esté siendo más rebajado en cuanto a sus reivindicaciones.

Siendo honestos, hemos de admitir que las identidades colectivas sirven de impulso en determinados momentos para fortalecer los movimientos políticos y sociales, pero en ningún caso éstas se pueden llegar a situar por encima de lo intereses objetivos de clase. Si no, terminaremos creando un sujeto político con intereses sociales no definidos (incluso en ocasiones contradictorios) imposibilitando organizar y movilizar el frente común por la conquista de los derechos sociales, políticos y económicos y en contra la explotación.

En el fondo, esta estrategia populista y oportunista solo puede ser útil para agradar a el máximo número de sectores sociales y lograr la mayor cantidad de votos. Pero si nos detenemos en esta cuestión, hemos de reflexionar sobre qué sucedería si de esta forma llegasen al Gobierno (hablamos de Gobierno y no de Poder, cuestión que podríamos analizar otros artículos).

En responsabilidades de Gobierno tendrían que decidir si legislarán más reformas laborales o no (incluso si revocarán las que se han implantado hasta ahora). También tendrán que mojarse sobre si mantendrán las exenciones fiscales, si incrementarán los impuestos indirectos o los impuestos a los grandes capitales. Igualmente tendrán que determinar si seguir subiendo las tasas en la educación o si por el contrario implementarán una verdadera educación gratuita, pública, de calidad y al servicio del pueblo trabajador. En definitiva, tendrán que definir una política en favor de los grandes bancos y empresarios (es decir de los monopolios) o en su defecto en favor de la clase obrera y del conjunto de sectores populares. Ahí es donde realmente podríamos verificar si con la mera construcción de identidades colectivas se forjan castillos de arena o fortalezas de hormigón

En definitiva, la contradicción entre la mayoría que produce toda la riqueza social contra la minoría que de forma privada se apropia de dicha riqueza para su beneficio propio sigue siendo el eje central de nuestra sociedad. Los que bajo un paraguas u otro tratan de ocultarlo perpetúan (de forma intencionada o no) esta triste realidad. 


1Podemos elogia a la familia Botín

2: Propuesta Comunista nº 61

3Ernesto Laclau, "La razón populista"

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