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¿De qué hablamos cuando hablamos del Ebro? sobre la resistencia al fascismo y la socialdemocracia

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“La ofensiva republicana en el Ebro mejoró grandemente la situación política y militar de la República y pudo haber sido un punto de partida para cambiar la marcha de la guerra a nuestro favor. Si esto no sucedió así no es por culpa de la batalla ni de los que en ella participamos"   Enrique Líster

“Así desbrozó la socialdemocracia el camino al poder al fascismo, lo mismo en Alemania que en Austria y que en España, desorganizando y llevando la escisión a las filas de la clase obrera.” Jorge Dimitrov

En estos días, que se conmemora el 75º aniversario del inicio de la ofensiva del Ebro por parte del Ejército Popular de la República Española, surgirá por doquier multitud de literatura sobre este hecho histórico, y mucho habremos de temer que, en un tanto por ciento muy elevado, tales opúsculos redundarán en unos pocos y trillados lugares comunes, sin más base que la mentira consciente y una incorrección e ignorancia históricas sin pudor alguno de sí mismas.

Por esto, debemos preguntarnos –y no solo en este caso, sino aplicando la fórmula en todo análisis que nos ocupe– ¿de qué queremos hablar? Así pues: ¿de qué hablamos si hablamos de la Batalla del Ebro?

Podríamos optar por un enfoque anodinamente histórico, fechas, contextos, desenlaces jurídico-políticos, etc. Podríamos derivarnos por un análisis estrictamente militar, lo adecuado de una u otra táctica, los objetivos estratégicos, las fuerzas materiales y humanas, las bajas, etc. Pero, para uno y otro caso, consideramos que los pocos datos que pudiéramos apuntar en un breve artículo no harían sino redundar en informaciones ya disponibles y conocidas.

O podríamos, son embargo, tratar de discernir el carácter político del hecho histórico. Es decir, qué significados y enseñanzas nos ha dejado la ofensiva del Ebro en el plano político-ideológico. Y si hacemos esto, puede que una vez más veamos la línea que separa la práctica revolucionaria de la reformista, la comunista de la socialdemócrata y otras veleidades, la lealtad de la traición, en definitiva: la línea que demarca los campos de batalla en la lucha de clases.

En unas breves líneas, debemos comenzar por contextualizar el hecho, y aprovechar la ocasión para contradecir algunas de las muchas falsedades e incorrecciones que los plumíferos de toda condición verterán estos días, precisamente porque aquí también existe una lectura política.

La ofensiva del Ebro surge desde el Estado Mayor como medida para aliviar la gran presión que los ejércitos del Levante llevaban conteniendo desde hacía más de tres meses. Para salvar Valencia, había que atraer a las fuerzas de Franco a otro frente. Así, en la noche del 24 al 25 de julio de 1938, el Ejército del Ebro asesta un verdadero golpe de efecto cruzando el río y avanzando más de 20km en una línea de frente de cerca de 50km. La hazaña es aplaudida a nivel mundial y el enemigo se ve absolutamente sorprendido. Durante casi cuatro meses las fuerzas republicanas aguantan la presión de los ejércitos de Franco, mucho más numerosos, en hombres y armas. El 16 de noviembre, las últimas unidades republicanas se retiran ordenadamente al punto inicial de la línea de frente.

En muchos sitios se leerá que la Batalla del Ebro supuso una derrota –incluso definitiva– del Ejército Popular y en consecuencia de la República; bajo unas u otras explicaciones no subyace más que la remora del primer aparato de propaganda franquista y del posterior testigo tomado por la historiografía del régimen y por la burguesa en general.

La Batalla del Ebro no fue ninguna derrota para el Ejército Popular y la República. El objetivo de la ofensiva era, primordialmente, acabar con la ofensiva sobre Levante, y esto se consiguió en el mismo día del cruce del río –y no solo eso, sino también el cese de las hostilidades en el frente de Extremadura, cuatro días después–. En segundo lugar, se pretendía ganar tiempo para recomponer los frentes más débiles y ver cómo transcurrían las tramas políticas europeas, con la amenaza nazi sobre Checoslovaquia en ciernes; en este sentido, el Ejército Popular tuvo ocupado e inflingiendo un enorme número de bajas –muchos miles más que las del Ejército republicano– a las tropas franquistas durante cuatro meses, Franco tuvo que dejarse sus mejores unidades durante más de cien días para recuperar un terreno que había perdido en una sola noche.

Se dirá que la resistencia del Ebro fue un error, que la República quedó vista para sentencia, y lo dirán diletantes que se presentan de estrategas militares o divulgadores de anécdotas históricas inventadas, grandes secretos descubiertos y teorías originalísimas sobre el devenir de la guerra. Y por esto decíamos que la revisión y falsificación de los hechos históricos tiene un carácter netamente político, porque ¿quiénes son quienes esto dicen? El lema de las fuerzas democráticas y antifascistas honestas era “resistir es vencer”, y el Partido Comunista su mejor valedor. Quienes analizan hoy la resistencia como un error forman en el mismo equipo que los conspiradores –fundamentalmente de la socialdemocracia y el anarquismo– que llevaron a término la última traición a la República y al pueblo español.

Por eso nos preguntamos: ¿de qué hablamos cuando hablamos del Ebro?

Si hacemos un análisis político, podemos extraer algunos hechos que nos servirán para entender la difícil realidad que vivieron las fuerzas populares en el verano de 1938 y en todo el transcurso de la Guerra Nacional Revolucionaria –siempre cabe recordar que la guerra, si en algún momento fue civil, dejó de serlo a los pocos días, cuando el nazi-fascismo internacional se alió y aterrizó con múltiples fuerzas en España, y que de entonces en adelante la guerra pasaría a ser un guerra nacional y de independencia de todos los pueblos de España contra el fascismo internacional, y revolucionaria en el sentido en que estaban en juego los enormes progresos sociales refrendados por el pueblo en febrero de 1936–. Continuando, nos encontramos con una clara situación: la República no debía hacer frente únicamente al fascismo para ganar la guerra y asegurar su futuro, sino también a los sectores internos que habían optado, ya en julio de 1938 –y algunos antes– por la capitulación y la traición. No era solo el fascismo, enemigo declarado y evidente, sino también un conglomerado de conspiradores –figuras clave de la socialdemocracia y el anarquismo– que se habían situado –movidos en gran parte por su fiero y delirante anticomunismo– como enemigos internos y soterrados de la República.

Si la ofensiva del Ebro, que fue una victoria política y militar –aun con todos sus errores–, no logró los éxitos que podía haber obtenido, no fue exclusivamente por la ferocidad mercenaria y terrorista del fascismo, sino también por la connivencia de los sectores oportunistas y renegados de la República.

Existe además otro acontecimiento que condiciona –poniendo de relieve la misma contradicción– el devenir de la guerra en España en plena batalla en el Ebro: los conocidos acuerdos de Munich, mediante los cuales el gobierno conservador británico y, de nuevo, la socialdemocracia francesa –los señores Chamberlain y Daladier, respectivamente– pactan con Hitler y Mussolini la anexión a Alemania de los sudetes, vendiendo al pueblo checoslovaco al fascismo. Las democracias burguesas, aun gestionadas por la socialdemocracia –como en Francia– no podían hacer nada frente al fascismo, no había más en juego que poner a salvo los intereses de sus monopolios. Ayer, tal como hoy, los partidos socialdemócratas no tiene más que ofrecer a la clase obrera y los sectores populares que traición revestida de falsas ilusiones.

En el plano internacional, las fuerzas populares de la República solo podían contar con el apoyo de la Unión Soviética. En el plano interno, solo los comunistas, como fuerza organizada, estaban dispuestos a no traicionar el deseo del pueblo español y de la clase obrera mundial de resistir hasta la victoria. Sin embargo, esta labor combinada, en la que el fascismo se vio objetivamente favorecido por las democracias burguesas del mundo entero –con especial importancia de la francesa y la inglesa– y por los elementos desestabilizadores y escisionistas integrados en el seno del movimiento obrero y del pueblo en armas de España, fue la que imposibilitó los éxitos mayores en el Ebro.

Tomando un ejemplo bien conocido: a pesar del enorme esfuerzo de los miles de soldados antifascistas, el desgaste hizo imposible que se tomaran puntos estratégicos y se resistiera por más tiempo en otros. ¿Porqué no entraron en batalla los ejércitos de la zona Centro-Sur? Su intervención podría haber sido fundamental. Pero estas fuerzas, comandadas por el postrer golpista Segismundo Casado, no solo no fueron movilizadas hacia el Ebro, sino que tampoco abrieron batalla en su zona. Los soldados de la zona Centro-Sur ardían en deseos de estar combatiendo con sus camaradas en el Ebro, pero un parte determinante de los mandos estaban ya ocupando sus esfuerzos en la conspiración antipopular y anticomunista que daría el golpe de gracia a la República unos pocos meses después.

No nos resistiremos a cerrar este breve artículo sobre el Ebro y lo que puso aquel episodio de nuestra guerra, precisamente con unas palabras que José Díaz escribía en aquellos días de la batalla, publicadas el 5 de octubre en el diario “Frente Rojo”, y que creemos sintetizan magistralmente en análisis político e ilustran cuál era el sentir de tales hechos en su momento presente: “Comprendo que cuando se trata de problemas de política internacional y no de reivindicaciones económicas inmediatas les es más fácil a la gran burguesía y a los jefes socialdemócratas reaccionarios engañar a las masas; pero aquí ya se plantea un problema de nuestro trabajo, de la insistencia, energía y eficacia de nuestra agitación, de nuestra capacidad para ampliar el frente de la lucha hasta que se hallen comprendidos en él todos los posibles aliados sin que se pierda la iniciativa de combate de la vanguardia más consciente; de reaccionar a tiempo en las situaciones graves y de criticar también a nuestros aliados y amigos para poner en guardia a las masas contra los capituladores, los vacilantes y los cobardes.”

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