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Mar19032024

Última actualización09:36:03 AM GMT


Sangre y olvido en las vías del tren: el Desastre de Torre del Bierzo

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Estamos a 3 de enero de 1944. Es Navidad en esa España que las viles garras del fascismo han arrastrado a la pobreza y al hambre. Es navidad en esa España obrera y trabajadora que sobrevive al franquismo duro; a su represión, a su falta de garantías, a sus jodidas cartillas de racionamiento que no abandonarán nuestra dura historia hasta los años cincuenta. Es navidad para los pueblos de España que sobreviven a la variante del fascismo que se quiso esconder bajo el nombre de franquismo: es navidad para los pueblos de España, que sobreviven a la cara más violenta del capitalismo.

Estamos a 3 de enero de 1944, viajando en un tren de madera que ha partido ayer desde Madrid y que se dirige a A Coruña, con su monótono tran-trán arrancado de unas vías hechas polvo, unas vías que, como los trenes, piden una jubilación o una reforma que nunca les llega. La guerra ha dejado las arcas del Estado muy mermadas. Esa misma guerra que los intereses de los grandes capitalistas y terratenientes habían arrojado sobre la ciudad universitaria de Madrid, sobre las minas asturianas, y sobre tantas otras partes del Estado.

Estamos a 3 de enero de 1944, en un tren de madera que va para Madrid; en el correo-expreso 421, tirado por dos locomotoras, para ser precisos; y que ha salido con dos horas de retraso. ¡Ah! El Correo 421, arrastrado por dos brutalidades tecnológicas como son las locomotoras, que habían llegado al país sólo cien años antes, cuando se inauguró en 1848 la primera línea de tren en todo el territorio del Estado, que unía Barcelona y Mataró. El mismo 1848 en la que los borbones fueron expulsados de Francia. El mismo 1848 en el que Karl Marx publicaba uno de los documentos más relevantes en la historia de la Humanidad y que llevaba escrito en los ojos el cálido y familiar nombre de Manifiesto comunista. Dos locomotoras, decía; dos locomotoras para doce vagones en los que viajan cientos de personas. Cientos de personas, digo, que, este 3 de enero de 1944, el franquismo, el fascismo, el capitalismo condenó a muerte.

Es curioso cómo estamos tan terriblemente acostumbrados a hablar de “cientos de personas” en las tragedias; a escribir esas cifras con la misma tinta con la que escribimos pan o amor, a pronunciarlo con la misma lengua con la que decimos nostalgia o herramienta. Y, sin embargo, hay mucho pan, mucho amor, mucha nostalgia y muchas herramientas usadas en las vidas de todos esos trabajadores; tantas que habría que escribirlas con mayúsculas y con tinta dorada; tantas que habría que gritarlas a los cuatro vientos, tantas que habría que cincelarlas en el tiempo. Esta muerte de los oprimidos, tan banalizada, tan indolentemente tachada de un plumazo, verdadera herencia que nos aferra a los hermanos de nuestra clase también hoy, en Siria, en Palestina o en el Mediterráneo.

Pero tengo que volver: Dos locomotoras, decía, para doce vagones, para cientos de personas. Dos locomotoras de las cuales una se quedó en La Granja, una estación intermedia, y la otra iba sin frenos a causa de la ínfima inversión en mantenimiento. De hecho, la locomotora que quedó en La Granja había sido acoplada, precisamente, por los problemas de frenado de la segunda locomotora, pero fue retirada por problemas mecánicos. Vergonzosamente, esta brutal ironía no despertó preocupación alguna a los dirigentes franquistas El maquinista informó de que en esas condiciones no convenía seguir adelante pero se dio orden de seguir. Qué cosas tiene el capitalismo; ¿verdad? Debe expandir siempre su imagen de pulcritud, su indomable espíritu de progreso capaz de afrontar cualquier dificultad: no por gloria moral, claro, sino porque los fatídicos resultados nunca caen sobre las espaldas de los capitalistas. Ellos arriesgan y empujan hasta la catástrofe, que se la llame guerra o accidente, porque son los trabajadores quienes ponen los muertos.

Y así, nuestro Correo 421 arrastrado por una sola locomotora sin frenos, metálico caballo desbocado, que se ha saltado una parada, impedido de frenar, entra desbordante en el túnel número 20 de Torre del Bierzo. En el túnel se encuentra un tren de maniobras de tres vagones que, a pesar de los esfuerzos de su maquinista para sacarlo de allí, es alcanzado por el Correo 421, provocando la tragedia. Tras el terrible choque, estalla un incendio. Para mayor desgracia, el suceso destrozó la señalización de la ferrovía, que quedó marcada como vía libre. Y así, en sentido contrario, un tren de mercancías cargado de carbón, ignorante de la situación, se dirigía con firmeza hacia el lugar del siniestro. Con esa firmeza, con esa feroz seguridad que imprime la máquina en el alma del hombre y que, en este día aciago, sólo venía a aumentar la tragedia. También el tren de mercancías chocó en el túnel, aumentando el incendio.

                El desastre, según las cifras oficiales franquistas, se saldó con setenta y ocho heridos. UGT, en el año 1999, hablaba de entre quinientos y ochocientos. A la base del evento, el pésimo estado de trenes y vías y la represión sobre los trabajadores ferroviarios, un sector históricamente muy sindicado, y que explica por qué el maquinista fue obligado a continuar adelante aun conociendo el riesgo. De tal forma que el recuerdo de las víctimas es una obligación moral, eso está claro. Pero el episodio no es importante sólo por la necesidad de la memoria colectiva, sino por la tremenda actualidad de estos sucesos.

La violencia de la patronal a los obreros y al resto de trabajadores, y que luego se esconden como “accidentes de trabajo” no ha cesado ni puede cesar en el capitalismo. ¿O acaso no es sospechosamente parecido el suceso de hace apenas un año cuando la prensa burguesa arrojaba titulares como «Un maquinista abandona el tren y deja tirados a más de 100 pasajeros para cumplir con su horario», vergonzosa noticia del El Mundo[1], o el infame «Un maquinista abandona un Alvia con 110 pasajeros en Osorno (Palencia)» de Público[2]? ¡Y resulta que el maquinista se bajó del tren tras haber repetido en no pocas ocasiones a la empresa que había cumplido su jornada laboral! ¡Es decir, que llevaba demasiadas horas conduciendo para poder llevar con seguridad una máquina que alcanza los 250 km/h y en la que había ciento diez vidas humanas y aun así se le acusa!

                No podemos engañarnos. En el capitalismo otro desastre criminal como el de Torre del Bierzo es siempre posible. El dinero de nuestro país en los años cuarenta estaba en las manos de los grandes capitalistas que se habían enriquecido a costa de provocar una guerra que nos hundió en la más absoluta miseria. El dinero de nuestro país hoy está en las manos de los grandes monopolios que siguen manteniendo unos intereses irreconciliables con la de los obreros y trabajadores. ¿O es que no se ha demostrado una vez más que los intereses de los capitalistas y de los obreros son contrapuestos con la vergonzosa “gestión” de la nevada en la AP-6 en el pasado mes de enero? ¿O es que acaso no es más que evidente para aquellos trabajadores que día a día deben coger, por poner un ejemplo, la autovía que une Salamanca y Valladolid?[3]

                La verdadera memoria para nuestros muertos es derrotar el modo de producción capitalista que los ha asesinado. El verdadero futuro para nosotros es construir con nuestras propias manos una sociedad en la que los intereses privados de unas pocas personas no primen sobre los intereses colectivos.



[2] El caso de la noticia en Público es especialmente doloroso si tenemos en cuenta que, tras la presión social que se dio sobre el hecho, acabaron rectificándola. Sólo en ese segundo momento apareció como «Un maquinista para un Alvia con 109 pasajeros en Osorno tras cumplir sus horas y para no infringir la ley», que es como hoy en día se puede encontrar en su web. Aún así, el título original sigue siendo clamoroso en el mismo enlace de la noticia y existen referencias por internet que así lo atestiguan: http://www.publico.es/sociedad/maquinista-abandona-alvia-110-pasajeros.html

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