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Mar19032024

Última actualización09:36:03 AM GMT


"El fútbol es el opio del pueblo": Cuando la tontería y el elitismo se hacen dogma.

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Vaya por delante que soy un desencantado del fútbol así que no estoy personalmente interesado en defenderlo. Después de muchos años trepando por las gradas del equipo de mi ciudad, el terrible modelo del fútbol como espectáculo televisivo, la hipocresía de comerciar con los sentimientos de los aficionados, la impunidad con la que la ideología fascista campaba por los estadios, el incremento constante del precio de entradas y abonos y otros tantos motivos personales acabaron por empujarme a pasar soberanamente del fútbol. A ese episodio de mi vida le siguieron años de descubrimientos y de toma de una cierta conciencia de clase que poco a poco se fue desarrollando. Entonces, en ese nuevo afán por entender la sociedad, con esa nueva forma de ver las cosas, yo también caí en un pensamiento estúpido: pensé que una parte importante de la culpa de nuestra terrible situación es de la gente que "se queja de todo pero en vez de salir a la calle se pega el día en el bar viendo el fútbol". Algo así como "deja el fútbol y lucha por tus derechos" pensaba yo, tonto de mí.

La idea es fácil de creer, parece lógica, suena revolucionaria y, para qué negarlo, hasta te puede hacer sentir más justo, más unido a la causa de los trabajadores, si afirmas convencido que "el fútbol es el opio del pueblo". Y, aun así, sigue siendo una tontería como un piano. Tendrá sus miles de versiones, su "mucho animas a la selección pero luego no sales a la calle", su "gritas más subido a una grada que en una manifestación". Pero todas y cada una de ellas siguen fallando en la base: culpar a los trabajadores.

El problema, como suele pasar cuando se analiza un elemento social sin las herramientas adecuadas, es hablar de forma abstracta: es imposible valorar el fenómeno futbolístico sin prestar la más mínima atención a las condiciones materiales que lo rodean. Criticamos el fútbol, sí, ¿pero qué fútbol? ¿En qué contexto? ¿Con qué objetivo? ¿Criticamos al deporte por "ser violento y competitivo"? ¿Criticamos a los futbolistas por tener sueldos elevados? ¿Criticamos a los aficionados por "no tener conciencia de clase"?

En Tinta Roja dedicaremos una serie de artículos a analizar la situación del fútbol en nuestro país y sus repercusiones, especialmente el fútbol profesional. En este de hoy, nos centraremos en las críticas elitistas que denigran a los aficionados al fútbol y relacionan la capacidad movilizadora del fútbol con la falta de movilización en las calles en la defensa de derechos colectivos tales como el trabajo, la sanidad o la educación, como si ser de un equipo te incapacitara para luchar por otra sociedad diferente.

¿Qué tipo de fútbol es el opio del pueblo?

Partamos de una consabida frase que resume el sentido de esas críticas: "El fútbol es el opio del pueblo". Se trata de una frase abstracta, que no habla en ningún momento del contexto al que se refiere (¿qué fútbol?, ¿en qué sociedad?), que intenta equiparar el fútbol con las religiones para poder atacarlo de forma feroz. ¿Pero qué convierte al fútbol en un deporte contrario a los intereses de los trabajadores? Seamos claros: ¿En qué medida vivimos en condiciones de mierda por culpa del fútbol?

El problema es analizar el fútbol desligado de la sociedad. Por lo tanto, hagámonos preguntas que estén ligadas con la realidad: ¿Qué fútbol es el opio del pueblo? ¿Dos chavales dando patadas al balón en un parque están alienados? ¿Un equipo de barrio en el que las jugadoras pasan un par de tardes entre semana entrenando y juegan los fines de semana es un atentado contra los obreros?

Cuando se entiende que el fútbol, por sí mismo, es una forma de evasión, se cae en un error. Es muy peligroso confundir entretenimiento con evasión, porque de hacerlo corremos el riesgo de afirmar que todo arte, deporte o espectáculo es nocivo para los trabajadores porque "los distrae". O, lo que es peor, caer en el vergonzoso elitismo que divide de forma arbitraria lo que es correcto y lo que no y así leer, ir al cine o escuchar determinados géneros musicales son maravillas que hace la gente culta y formada que tiene conciencia de lo que es la sociedad, mientras que los borregos vamos al fútbol, vemos la televisión y escuchamos rap, trap y reguetón.

El fútbol no es un deporte mejor ni peor que cualquier otro: para lo bueno y para lo malo, es un elemento de cohesión social. Como deporte, podría ser un modelo de ocio perfectamente válido en una sociedad mejor, en una sociedad basada en la igualdad en lugar de la competencia entre personas, en la sociedad socialista-comunista. Porque no hay nada malo en la pachanga de los viernes, ni en asistir a un estadio a ver el Numancia - Osasuna o incluso el Madrid - Barça. El problema es cuando el único ocio al que se puede aspirar en un barrio obrero es a ver el partido por la tele y, quizá, perder unos euros en las apuestas.

El uso ideológico del fútbol

Es la utilización ideológica del fútbol la que hace daño, no el fútbol en sí. No tiene un mal intrínseco que le convierta en un deporte capitalista por sí mismo. Es solo un modelo determinado de fútbol, y más concretamente, es un modelo determinado de fútbol profesional, el que es nocivo. Es lógico que en esta sociedad un deporte que arrastra consigo tanta población esté tremendamente impregnado de la ideología capitalista. ¿Pero qué no lo está? ¿O acaso en las manifestaciones por la Sanidad el capitalismo no está presente? ¿Los megáfonos, las pancartas, la ropa de los trabajadores en lucha no han sido producidos según las relaciones del modo de producción capitalista? ¿Nuestra forma de comunicarnos no está basada, en una u otra forma, en los márgenes que da el Capital? ¿Puede algo desligarse de forma absoluta de su contexto?

Decir que el fútbol es capitalista es como decir que llevar ropa es capitalista: la forma actual de un determinado sector de este deporte (el fútbol profesional) es manifiestamente capitalista, está empapada por completo de sus lógicas, igual que le sucede a la producción textil. Ahora bien, el fútbol profesional es minoritario en comparación con el resto de ámbitos de este deporte, desde los chavales jugando en la plaza a las chicas federadas en diferentes equipos. En cambio, la producción textil "de forma capitalista" es abiertamente mayoritaria. Decir que "el fútbol" es el problema, y lo que es más grave, que un trabajador "es tonto" por tener un equipo, es como decir que la bufanda que me hizo de crío mi abuela, a la que le encantaba hacer ganchillo, es parte de la barbarie capitalista porque, aunque ella no haya explotado a nadie, la lana con la que la hizo seguramente provenía de la explotación de algún trabajador y que, en consecuencia, soy tonto por tenerle cariño.

Es evidente que en una sociedad justa no cabe la explotación en la fábrica igual que no cabe este modelo de fútbol profesional, ¿pero acaso no cabe la bufanda de mi abuela y el grupo de colegas de cincuenta años que se reúne los jueves al salir del trabajo para echar una pachanga? Analizar en abstracto nos lleva a caer en estos errores.

¿La culpa es del aficionado?

Es cierto que el modelo capitalista de fútbol profesional es indignante. Pero toquemos el punto fundamental: los aficionados. No es extraño encontrarse en twitter frases del estilo de "tenemos un problema porque la gente habla de fútbol y no de política". ¿Pero hasta qué punto es incompatible la afición al fútbol con la conciencia de clase y con la lucha activa? ¿Uno no puede luchar por ser del Oviedo, del Huesca o del Celta? ¿Uno no puede trabajar activamente para derrocar el modo de producción capitalista si tiene una foto de la plantilla del Albacete en la 95/96 en lugar de una camiseta del Che colgada de la pared? ¿Se es menos revolucionario si tu afición es ondear una bandera en un estadio que si tu afición es escuchar a Los chikos del Maíz el 1 de mayo en Villarrobledo? Y, lo que es más importante desde un punto de vista táctico, ¿cómo se pretende hacer cobrar conciencia de clase a alguien llamándole "borrego" en la cara? Eso no es trabajo político: es un desquite infantil, es verborra, es una tontería pseudorrevolucionaria. Aunque realmente el fútbol fuera una tremenda religión, más allá de la famosa comparación más o menos cogida por los pelos, no parece muy revolucionario insultar a la clase obrera para hacer que sea consciente de su situación.

Por eso, en estos días de resaca del Mundial pido a los grandes activistas antifútbol con conciencia de clase que en lugar de atacar a la clase obrera aficionada al deporte, se tomen la molestia de hacer entender que el problema es el modo de producción capitalista, que además de explotar a los trabajadores, corrompe sus elementos culturales y sociales hasta lo más hondo. La contradicción entre Capital y Trabajo en el mundo del fútbol también es muy clara: aprovechemos para explicarla en lugar de tratar a los proletarios como si fueran imbéciles, porque no lo somos.

Porque no se es revolucionario por hacerse un tour por todas las manifestaciones de la ciudad si no se tiene la más mínima empatía con un obrero que curra doce horas al día y encuentra su desahogo en los desencuentros entre Ronaldo y Messi. Culparnos a los obreros de nuestra propia miseria es mezquino y contrarrevolucionario. Y, hasta el momento, no se ha demostrado que la pedagogía se aprenda publicando comentarios ofendidos en Twitter sino trabajando a diario entre los proletarios del mundo.

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