
El arte, especialmente las artes plásticas, parecen algo de élites culturales. No es de extrañar esta percepción porque históricamente esa ha sido la tendencia: el arte parece estar diseñado para dar gusto, fundamentalmente, a las clases dominantes. Y nos referimos, sí, a los retratos de reyes que copan las salas de exposiciones y museos, de dioses de todas las confesiones, de paisajes destinados a decorar palacios. Pero el ser humano es creador, esa es parte de la grandeza humana, y es difícil imaginar que no haya un valor artístico en el modo en que se produce: en los diseños de los artesanos de todos los siglos, en la forma en que un campesino construía sus herramientas; en la ropa que enfundaba, por cuanto pobres fueran los tejidos, un obrero industrial.


















