Tinta Roja nº19 – Otoño 2013
Roberto Guijarro
Las imágenes de los casi cuarenta mineros sudafricanos asesinados salvajemente por la policía el pasado mes de agosto, constituyen el cruel pero necesario recuerdo de que cada uno de los derechos de los que goza la clase trabajadora no son una concesión producto de la filantropía de la oligarquía, sino el resultado de la lucha que históricamente ha librado la clase obrera en contra de la clase capitalista.
La represión al conjunto del pueblo trabajador ha tomado distintas formas a lo largo de la historia, con el único objetivo de subyugar la fuerza de trabajo al capital. Por esto, cuando todavía el movimiento obrero no estaba desarrollado como fuerza sindical y política, la represión ya había nacido contra la “natural” resistencia de los proletarios a someterse a los ritmos de trabajos extenuantes de las fábricas. Frente a esto, los capitalistas desarrollaron una gran cadena de mando, similar a la de un ejército, para vigilar y someter a los trabajadores a la disciplina fabril, donde cabían desde multas por comportamientos inadecuados hasta elaboración de listas negras para evitar emplear a trabajadores que destacaban por su rebeldía ante la naciente esclavitud del capital.