"La mujer es, reconozcámoslo, un animal inepto y estúpido aunque agradable y gracioso." Erasmo de Rotterdam
Que el capitalismo genera violencia no es algo que hayamos descubierto recientemente, aunque lo que sí hemos visto en estos últimos años es que éste la agudiza conforme se va sumergiendo en su propia crisis, mientras chapotea para no ahogarse y va dando desesperados aunque precisos coletazos en su intento por preservar su vida.
El estudiantado obrero y de extracción popular o los trabajadores que cada vez se aproximan más a la línea que separa la esclavitud del trabajo asalariado son sólo dos de las víctimas más perjudicadas por estos coletazos, pero hay otra que viene sufriendo no solamente la creciente agresividad de los golpes que propina el capitalismo agónico, también los de otro monstruo que, lejos de estar hundiéndose como lo hace su hermano pequeño, permanece en tierra firme y con los pies fuertemente enterrados en el suelo y aferrados a él. El patriarcado muestra su rostro desprovisto ya de máscaras que disimulen su expresión de horrible criatura, de inmunda bestia que a su paso tortura, esclaviza y asesina de manera inmisericorde y gozando de plena impunidad.