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La clase trabajadora siempre hemos luchado por conquistar una vida digna en la que nuestro trabajo se vea invertido en nuestro propio, en beneficio de los trabajadores, y no de la patronal. Los medios de comunicación nos bombardean día y noche mientras nos dicen que la situación actual de crisis es complicada y que poco o nada se puede hacer.

La libertad de expresión es uno de los temas más candentes en la actualidad, por desgracia lo es por la falta de ella. A día de hoy ya no nos extraña ver noticias de cantantes que son sentenciados a penas de prisión por el contenido de sus letras, a tuiteros condenados por sus tweets o titiriteros encarcelados, no nos extraña, pero nos hace hervir la sangre. Todo el lío viene precedido de una reforma de ley en el año 2000 que introdujo el enaltecimiento terrorista en el ordenamiento jurídico (aquel famoso pacto antiterrorista firmado por PP y PSOE en su momento). Con el paso de los años esta ley se ha ido endureciendo hasta llegar a la actualidad, en la que te encarcelan por escribir un tweet sobre Carrero Blanco.

El arte, especialmente las artes plásticas, parecen algo de élites culturales. No es de extrañar esta percepción porque históricamente esa ha sido la tendencia: el arte parece estar diseñado para dar gusto, fundamentalmente, a las clases dominantes. Y nos referimos, sí, a los retratos de reyes que copan las salas de exposiciones y museos, de dioses de todas las confesiones, de paisajes destinados a decorar palacios. Pero el ser humano es creador, esa es parte de la grandeza humana, y es difícil imaginar que no haya un valor artístico en el modo en que se produce: en los diseños de los artesanos de todos los siglos, en la forma en que un campesino construía sus herramientas; en la ropa que enfundaba, por cuanto pobres fueran los tejidos, un obrero industrial.

Uno de los protagonistas nos explica todo lo sucedido.

Esta semana los estudiantes de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León se encerraban buscando una solución que llevaba más de tres años sin llegar, las reformas en una facultad que se cae a cachos.