En estos días de enero los estudiantes universitarios nos hallamos inmersos en época de exámenes. Como es habitual en las fechas presentes, surgen en la vida de los alumnos numerosas dificultades derivadas del contexto social en el que desarrollamos nuestra vida académica en general y el reto de las pruebas escritas y orales en particular.
Y es que cuando nos planteamos cualquier cuestión, no podemos aislarla de aquellos elementos que colindan con ella e influyen sobre la misma. Este caso no es una excepción, así que a la hora de lanzar reflexiones sobre los problemas que se alzan en el camino del estudiante en época de exámenes, no podemos hacer abstracción del sistema socioeconómico en el que vivimos (el capitalismo) ni del papel que juega el sistema educativo en el marco de éste.
Sin duda uno de los elementos que se ponen a debate en estos días del calendario, asfixiados como estamos por la concentración de todas las pruebas en una franja limitada de días, sumada a la obligación de entregar numerosos trabajos, es la idoneidad o no de la evaluación continua y -en consecuencia- el papel que deben jugar los exámenes parciales y finales en nuestra educación.
















