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Jue25042024

Última actualización09:36:03 AM GMT


Un voto que da voz a la clase obrera

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La política es hoy un tema habitual de conversación, más aún mediante se acercan las elecciones. Pero muchas veces los debates políticos quedan en temas abstractos en los que no se ve relación con el día a día. Esa política abstracta es propia de la democracia liberal burguesa, con sus políticos pagados para representar a la clase dominante. Así los trabajadores nos vemos desplazados de toda posibilidad de opinión pública.

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Hoy en día, y más ahora que llegan las elecciones, es frecuente hablar de política, en la familia, con los amigos, con compañeros..., en uno u otro momento salta un tema relacionado. Este hecho supone ya de por sí un avance con respecto a hace unos años. Ahora son tus amigos, tus familiares o tus compañeros los que te preguntan por temas de actualidad, normalmente aquellos que salen en televisión. Entonces se abre un debate donde les das tu opinión, explicándoles que la corrupción solo es la punta del iceberg, que las reformas educativas vienen desde la Unión Europea, que conflictos como el del gas con Rusia son consecuencia de la pelea entre bloques imperialistas, que la política no es más que un reflejo de las contradicciones económicas de un país... En algunas ocasiones te darán la razón, en otras no es posible llegar a un acuerdo, y hay incluso otras en las que lo dejas pasar. La cosa es que oigan lo que opinas.

Aunque, todas esas explicaciones y reflexiones compartidas, te paras a pensar y, ¿para qué sirven?

Porque se puede hablar de cuestiones políticas generales, por ejemplo de la compra de la deuda o sobre la inflación, pero si eso no se ve reflejado en el día a día, la mayor parte de los diálogos quedan en agua de borrajas, es decir, en algo estéril sin resultados prácticos. El punto crítico en el cual los debates políticos pasan a ser útiles y empiezan a perjudicar al sistema político es aquel donde se pasa a hablar de organizarse, de cambiar la situación y no limitarse a contemplar cómo hacen y deshacen unos y otros.

Es un triunfo del liberalismo burgués que la mayoría de la gente entienda la política como algo que hacen unos políticos profesionales y yo solo puedo protestar votando cada cuatro años o, como mucho, acudiendo a manifestaciones. Eso supone delegar la voluntad política de la clase obrera y el pueblo en toda una gente que es ajena a nuestros intereses de clase, pues quien puede dedicarse profesionalmente a ello es, en casi todos los casos, alguien acomodado y sin problemas económicos.

La única oposición real a esa concepción solo puede venir dada a través del llamamiento a organizar estructuras estudiantiles, obreras, barriales, etc. que haga partícipe a todo el pueblo de la política. Ese es el muro con el que nos topamos continuamente y el más duro de traspasar. No tanto el convencer de una idea, sino que ese convencimiento tenga un resultado en la práctica.

La falta de una ideología obrera, comunista, ha llevado a que todas las estructuras que representaban un poder obrero y popular, por mínimas que fueran, hayan quedado disueltas. Me refiero a estructuras de todo tipo de esas que existían al inicio de la transición: comisiones obreras, asociaciones de vecinos, asociaciones estudiantiles o incluso peñas que se fundaban que fueran los propios vecinos los que decidieran cómo se tienen que hacer las fiestas. De todo eso lo poco que queda hoy está en manos de los mismos políticos que hablábamos antes o, en el caso de estructuras menos formales como las peñas, han perdido toda capacidad de oposición al abandonar cualquier carácter político. Ese poder obrero y popular prácticamente se ha disuelto en su totalidad. Ahora el poder de decisión es propiedad exclusiva del Estado, que ejerce su dictadura de clase con total impunidad, porque sencillamente no hay oposición.

Aquellos que son partidarios de aquellas teorías pesimistas sobre la sociedad tratarán de explicar esto a través de mil teorías que se resumen en culpabilizar a la propia clase obrera y pueblo de esta disolución. Les culparán de haber votado a uno u otro, de haberse dejado engañar por equis personajes, ¿pero acaso se puede culpabilizar al pueblo de su falta de conciencia política si ha habido un vacío de ideología obrera durante 20 años? Las ideas no surgen de la nada, ¡sino que son propagadas por algo! Y, en el caso político, más concretamente en el caso de la clase obrera, tienen que ser propagadas por un partido obrero cuyo único planteamiento sea entregar a los obreros el poder.

Esos mismos pesimistas, al leer estas líneas, cargarán sus armas argumentando que estos planteamientos son excesivamente generalistas o utópicos. No se lo niego, la estructuración de todo un frente obrero y popular aún es -hoy por hoy- algo que queda lejano en el tiempo. Pero lo que no se dan cuenta es que para llegar hasta ese punto -el cual es más que posible, necesario- primero hay que empezar por abajo, por el camino duro de comenzar a organizar ese poder. Entonces, con eso claro, sí se les podrá recriminar: ¿por qué nos criticáis si luego no estáis organizados en estas estructuras? ¿Por qué decís que es utópico si no os implicáis en ello?

Últimamente al proyecto del PCPE y los CJC se le echan en cara muchas cosas por parte de otros sectores políticos. Hay un afán de lanzar todos los dardos posibles, recurriendo a la crítica fundamentada o también a la calumnia. No pretendo en este artículo entrar a discutir sobre ello porque sería caer en lo que decía al principio de que los debates son estériles si no tienen consecuencias prácticas. Lo que sí pretendo es recalcar un hecho que a mí me parece fundamental que marca la diferencia entre otros proyectos y el nuestro: el PCPE es el único que llama a la clase obrera y los sectores populares a organizarse allá donde estén.

Mientras tanto, nuestros detractores pueden gastar saliva o dejarse la vista en sus pantallas, pues nosotros estaremos en los barrios, centros de estudio y de trabajo proponiendo a la clase obrera y los sectores populares que se organicen para crear su propio poder, el único que puede suponer una amenaza real a los intereses del Estado y sus políticos.

La historia no la hacen los héroes, sino las masas organizadas guiadas por una teoría correcta. Así que lo primero, organízate, y una vez organizado vótanos.


Adrián J. Bertol es Director de Tinta Roja.

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